miércoles, 16 de abril de 2014

EL PEAJE DE TODOS LOS AÑOS

Semana Santa.

Conmemoración del viacrucis, muerte y resurrección de JesuCristo.

Festividad en la que los cristianos celebran y agradecen el sacrificio que, según las escrituras, Jesús hizo por la Humanidad.

Es curioso como la Historia (o la interpretación de la Historia) nos deja huella en nuestras tradiciones, nuestra forma de vivir la vida, y en nuestro genes y esquemas mentales.

Y lo digo porque España, como país que es con profundas raíces cristianas, pero al igual que ella, también los demás países con una larga tradición católica, es sufridora. Parece como si una fuerza nos empujara a aferrarnos al sufrimiento. Como si, siempre, de forma perpetua, estuviéramos en deuda con alguien, y hubiéramos llegado a un trato por el cual contratamos una tarifa plana de dolor para asegurarnos el pago de esa deuda.

Jamás olvidaré una secuencia de la película de Fesser, Camino, en la que la hermana de la niña, metida a monja, confiesa con gozo que se mete chinos en los zapatos para que los pies le duelan al caminar. Ella ya estaba pagando su deuda, para asegurarse llegar con ésta saldada a la "otra vida".

Camino, gran película para reflexionar más a fondo sobre el tema de este post.
Y ya sé que es un ejemplo exagerado, y que no todos los creyentes son así, ni muchísimo menos... Pero es curioso, como ya he dicho, como ciertas ideas, supersticiones o falacias contraídas a través de aprendizajes erróneos (derivados por ejemplo de una mala interpretación o vivencia de la fe), se graban dentro del inconsciente colectivo.

Aquí en España lloramos a la virgen o le cantamos saetas de dolor al Cristo;
en otros lugares se pegan con una fusta o incluso se dejan crucificar voluntariamente. Es el peaje que creen que como mínimo "deben" pagar cada año, para que se les abran las puertas del paraíso.

Frente a ellos, están los que buscan el paraíso en la Tierra. Los que experimentan placer y no se culpan por ello, los que disfrutan de una vida llena de alegría y fuertes vínculos familiares y sociales, los que no se sienten en deuda con nadie más que con ellos mismo y su entorno y por eso viven a través de la gratitud, la dicha y el apoyo mutuo, los que no buscan el sufrimiento para redimirse pero tampoco lo rehuyen, sino que lo integran como una parte más de la vida que les ayuda a aprender y a crecer. Los que no sacrifican su felicidad, en pos de obtenerla en otra vida, y la persiguen en ésta.

Y yo, siempre, me quedaré con este segundo grupo. 
 

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