Las personas a veces (muchas veces) actuamos como títeres: movidos por distintos "hilos invisibles", que son nuestros condicionantes biológicos, psicológicos y sociales y que influyen enormemente sobre nuestro repertorio de conductas.
Así, reaccionamos frente a los estímulos que nos llegan sin pensar. Es casi como un acto reflejo. Una respuesta aprendida y automática. Y entonces, alzamos la voz, decimos que sí o nos comemos hasta el último bocado, dejándonos llevar por nuestros instintos y casi nada o nada por nuestra razón.
Luego, nos arrepentimos, y pensamos que no debería haberle gritado (porque generé un conflicto con ello) que debí haber dicho que no (porque era realmente lo que quería) o que debí parar de comer (porque ya estaba saciado).
Este dejarme llevar por mis respuestas automáticas no pocas veces degenera en conductas impulsivas y destructivas (agresividad, violencia), pasividad (me dejo llevar por lo que digan o hagan otros) y adicciones (comida, drogas, sexo...).
Pero explicar esto, sin más, es aplicar un punto de vista muy reduccionista sobre el ser humano, como si nuestras conductas sólo fueran el resultado de nuestra genética y nuestros aprendizajes. Y no es verdad. Siempre he dicho que somos lo que aprendemos. Pero también lo que desaprendemos. Porque no paramos de aprender cosas nuevas y en nuestra mano está qué aprendizajes son válidos y cuáles no y eso se llama: elección.
Así, reaccionamos frente a los estímulos que nos llegan sin pensar. Es casi como un acto reflejo. Una respuesta aprendida y automática. Y entonces, alzamos la voz, decimos que sí o nos comemos hasta el último bocado, dejándonos llevar por nuestros instintos y casi nada o nada por nuestra razón.
Luego, nos arrepentimos, y pensamos que no debería haberle gritado (porque generé un conflicto con ello) que debí haber dicho que no (porque era realmente lo que quería) o que debí parar de comer (porque ya estaba saciado).
Este dejarme llevar por mis respuestas automáticas no pocas veces degenera en conductas impulsivas y destructivas (agresividad, violencia), pasividad (me dejo llevar por lo que digan o hagan otros) y adicciones (comida, drogas, sexo...).
Pero explicar esto, sin más, es aplicar un punto de vista muy reduccionista sobre el ser humano, como si nuestras conductas sólo fueran el resultado de nuestra genética y nuestros aprendizajes. Y no es verdad. Siempre he dicho que somos lo que aprendemos. Pero también lo que desaprendemos. Porque no paramos de aprender cosas nuevas y en nuestra mano está qué aprendizajes son válidos y cuáles no y eso se llama: elección.
Somos lo que decidimos.
Así, quizá un día aprendí que gritando me libraba de la hostilidad de los demás y hoy decidir que eso ya sólo me sirve para engendrar más hostilidad. Pude aprender que diciendo que sí encajaba en los grupos y hoy decidir priorizar mis intereses frente a los de terceros. O pude aprender que comer hasta reventar reducía mi nivel de ansiedad y hoy decidir aplicar otras técnicas de relajación más efiaces y sin consecuencias negativas.
Pero la dificultad radica en no dejarme llevar por el automatismo, en no reaccionar enseguida llevado por mi historial de aprendizaje y tomar, entonces, una elección de manera consciente. Para ello, puedes tratar de aplicar la siguiente técnica de autocontrol, siguiendo estos pasos:
1. Antes has de conocer las señales antecedentes que tu cuerpo te envía y que son pistas para adelantarte a la reacción. Si la respuesta que tratas de controlar es el enfado, habrás de familiarizarte con las señales fisiológicas que acompañan a tu enfado (¿calor en el pecho o vientre, agitación motora, respiración irregular?) y lo mismo si tu respuesta tiene que ver con la ansiedad (decir que sí por miedo al rechazo, por ejemplo) o con la depresión (comer mucho para lidiar con los sentimientos de aburrimiento o de soledad, por ejemplo).
2. Respira profundo. Justo cuando empieces a identificar tus señales antecedentes, antes de reaccionar, respira profundo, muy profundo. Este simple gesto es lo que te servirá para detener la reacción.
3. Trata de observarte desde fuera. Como si te vieras en tercera persona, fuera de ti, para ser más consciente de tu estado de ánimo y de la conducta (entendemos que negativa) que estás a punto de acometer.
4. Y a continuación, introduce el pensamiento. Las respuestas automáticas lo son porque las ejecutamos sin que medie une reflexión previa. Esto es lo que hay que cambiar ahora. Para estimular esa reflexión, háblate a ti mismo, cuestiónate: "¿Quiero hacer esto?, ¿qué pasará si lo hago?, ¿qué puedo probar a hacer distinto?, ¿cuáles podrían ser los resultados entonces?".
5. Toma la decisión. Puede que finalmente decidas ejecutar la misma respuesta que si te hubieras dejado llevar por tu impulso primario o, al tomar consciencia de las consecuencias negativas de la misma, puede que no.
El hecho es que ahora tu conducta será más independiente, al estar menos condicionada por los factores biológicos, psicológicos y sociales y más mediada por tu pensamiento y, por ende, por tu capacidad de elección.
Y esto es lo que nos hace libre: nuestra capacidad de tomar elecciones. Esto, es lo que le corta las cuerdas al titiritero.
Como siempre, cuestiona todo lo que escribo; la duda nos acerca un poco más a la verdad.
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Y recibe ¡este abrazo!
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