jueves, 17 de marzo de 2016

TRES (O CUATRO) PASOS PARA DESACTIVAR LA FALSA ALARMA DE TU CEREBRO

El ladrido de un perro, la sirena de una ambulancia, el ceño fruncido de nuestros padres, jefe o pareja...

Son estímulos. Estímulos que llegan a nuestro cerebro y que pueden ser percibidos como amenazantes... o no. Después de todo, son ya demasiados ladridos, sirenas y ceños fruncidos en nuestra vida como para seguir dando botes de espanto cada vez que suceden, ¿no?

Quizá se produzca un primer respingo, pero luego nuestro cerebro, que ya conoce y ha codificado la información, nos dice: "Tranquilo, baby, sólo es el ladrido de un perro, no significa que te vaya a morder". "Ey, cálmate, sólo es la sirena de una ambulancia, sucede todos los días". "Bah, sólo es el ceño fruncido de tu pareja... ejem, ¡huye!"

La información del exterior llega a nuestro cerebro, que hace una rápida evaluación sobre si resulta amenazante o no para la supervivencia del organismo. Por eso antes de terminar esa evaluación, puede darse una primera reacción breve de alerta, pero en cuanto nuestro cerebro recuerda que esos estímulos son familiares y no llevan asociados un peligro real, nos dice: "Relax, take it easy".

Sin embargo, está la información que procede del exterior, y la que procede de nosotros mismos. El cerebro también recibe estímulos de nuestro propio cuerpo: las sensaciones fisiológicas. Sudor, respiración agitada, taquicardia, inquietud motora, ahogo...

Un ejemplo: podemos estar muy concienciados de que un examen es sólo un examen. De que si lo apruebo estupendo, y que si lo suspendo es una faena, pero que desde luego la supervivencia de mi organismo no depende de ello. Y ahí vamos, súper preparados para llegar al examen relajadísimos... Y entonces empezamos a sudar, a respirar agitadamente, nuestro corazón se acelera más de lo normal... ¡y la alerta de nuestro cerebro se enciende y empieza a gritar: "ALARMA, ALARMA!".

No tendría por qué ser así. Es inevitable sentir estrés (miedo, ansiedad) ante un examen, una entrevista, una charla en público, una reunión de trabajo importante, o una discusión delicada con la pareja. De hecho se ha demostrado que un nivel medio de estrés afecta positivamente al rendimiento, ya que nos activa. Si un equipo de fútbol saliera muy relajado al campo... ¡probablemente les acabarían haciendo una manita!

El problema surge cuando esas sensaciones que acompañan a una situación de estrés son percibidas e interpretadas como una señal de amenaza (esto es el miedo al miedo), en vez de como una reacción natural, y además, controlable.

Para controlarlas sólo tenemos que desactivar la alarma. Y se consigue con tres sencillos pasos:
  1. Respira profundo. Al hacerlo le mandas una información distinta a tu cerebro: "Tranquilo, ha sido una falsa alarma".
  2. Refuerza ese mensaje de manera verbal. Usa algún mantra que acompañe a la respiración: "No pasa nada", "todo va bien", "Hakuna Matata".
  3. Redirige la atención de tu cerebro hacia fuera. Deja de prestarle interés a si sudas, o tiemblas o tragas saliva. ¡Presta atención a lo que haces!
Aun siguiendo estos tres pasos, la ansiedad y las sensaciones fisiológicas que la acompañan no desaparecerán del todo, ¡ni tienen que hacerlo! Habría un Paso 0 antes de todo esto y es: no te resistas a sentir miedo. Porque cuando lo haces, le estás diciendo a tu cerebro: "Esto que sientes es muy malo y hay que evitarlo a toda costa". ¡Y por eso precisamente es por lo que nuestro cerebro ha creado esa falsa alarma!

El miedo es natural, es controlable, que no suprimible, y cumple una función adaptativa (si no sintiéramos miedo no huiríamos de nuestra pareja cuando pone el ceño fruncido).

Como dijo Nelson Mandela: "Valiente no es el que no tiene miedo, sino el que lo domina".

Cuando sientes miedo y eres consciente de que no pasa nada, porque no te puede frenar a hacer cualquier cosa que te propongas, entonces...

Entonces: bienvenido, bienvenida, a la increíble sensación de libertad que acompaña al miedo. Un abrazo. 

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