Hace poco invitaba a una paciente a convertirse en un Guerrero del Espacio.
Ya puedo imaginar que estás pensando: "Mira qué paradoja, un psicólogo que... ¡definitivamente ha perdido la cabeza!".
Déjame explicarme (para convencerte de que no estoy loco): ¿os acordáis de Bola de Dragón, la serie de dibujos que comenzó a emitirse en España a finales de los 80´s y que tenía como protagonista a Son Goku?
En dicha serie había unos personajes que eran los Guerreros del Espacio, seres de otro planeta que tenían una extraña virtud: cada vez que se enfrentaban a un enemigo y perdían, llevándose una soberana paliza, se hacían más fuertes, de manera que en el siguiente combate contra el mismo enemigo aumentaban las probabilidades de vencerle.
Me gusta usar esta metáfora para señalar que el fracaso no es tan malo como nos lo pintan. Tenemos una cultura del fracaso horrible, y claro, tememos al fracaso, nos inspira un miedo atroz, de manera tal que en ocasiones evitamos afrontar retos por ese pánico injustificado a fracasar. Sin embargo, a nosotros los humanos, al igual que a los Guerreros del Espacio:
Lo que no nos mata nos hace más fuertes.
O más sabios, o más buenos.
En definitiva: más virtuosos.
Si cambianos nuestra cultura personal (lo que llevará algún día a cambiar la cultura colectiva), es decir, nuestra interpretación y valoración del fracaso, y pasamos de percibirlo como algo horrible de lo que hay que huir a toda costa, a verlo como un paso necesario e ineludible hacia el éxito, con más facilidad saldremos de nuestra zona de confort para afrontar nuevos retos.
Siempre pongo también este ejemplo en relación al fracaso: en EEUU, hay una pregunta que se ha convertido en imprescindible en cualquier proceso de selección: "¿tienes algún fracaso personal que puedas contarme?". Y si no lo cuentan malo. Porque las empresas quieren candidatos que hayan fracasado, porque saben que eso curte a la persona. Quien no ha fracasado... es porque tampoco ha arriesgado mucho.
Qué bonito sería vivir en un mundo en el que un niño se pusiera a hacer un dibujo y si le saliera bien su madre lo celebrara con entusiasmo, y si le saliera mal, la madre con el mismo entusiasmo le dijera: "¡Bravo cariño, valoro mucho tu esfuerzo! ¿Qué te parece si lo vuelves a intentar?" Qué bonito si fuera así en todos los hogares.
Qué bonito un mundo en el que perdiéramos el miedo al fracaso.
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