En las buenas, estar contento es fácil.
En las malas, es imprescindible.
Y él me replicó: "Hostia, ¿y eso cómo se consigue?".
"Hostia...", pensé yo. Y luego, para huir del incómodo silencio que mi titubeo había generado, empecé a enumerarle una serie de consejos dirigidos a conseguir ponerle al mal tiempo, buena cara.
Y aunque ahora sigo pensando que son buenos consejos, creo que me equivoqué al dar por hecho lo que él estaba dando por hecho: que estar contento, es decir, la felicidad transitoria (¿y acaso existe otro tipo de felicidad?), es algo que él no sabía hacer.
Porque la felicidad no pasa, la felicidad se hace. Y todo acto nace de una decisión más o menos consciente.
¿Por qué nos encerramos en casa cuando nos da un bajón? ¿Por qué evitamos enfrentarnos a lo desconocido? ¿Por qué respondemos con agresividad cuando nos atacan?
Porque lo decidimos.
Y lo decidimos, porque así lo hemos aprendido. O mal aprendido.
Hemos mal aprendido que cuando me pasa algo malo irremediablemente deberé sentirme muy mal por ello durante un largo tiempo. Ejemplo de este aprendizaje: el luto de nuestros antecesores, que podía durar años, o incluso toda la vida.
Hemos mal aprendido que lo más seguro es hacer lo que hace el resto de la gente. "Niño, tú sácate una carrera que verás como no te falta trabajo". Ahora nos reímos (o lloramos) por esto. Mal concluimos, en su momento, que seguridad era igual a felicidad.
Hemos mal aprendido que la ira de los demás debe ser contrarrestada con más ira. Si te insultaban en el colegio, debías responder con un insulto más fuerte, porque la indiferencia era confundida con cobardía. Qué manera más fácil y estúpida de dejarse contagiar por las emociones del otro.
Muchas de nuestras decisiones actuales están basadas en esos malos aprendizajes, que ponen en evidencia un entendimiento escaso de las verdaderas motivaciones humanas.
No queremos exhibir nuestro dolor porque sea lo políticamente correcto, ni una vida cómoda y segura, ni imponerme frente al otro. Queremos ser felices. Y aunque decidir serlo puede no ser suficiente... es imprescindible.
Los consejos que le dí a mi paciente para ponerse contento cuando las cosas no fueran bien del todo, son éstos:
- Permítete estar mal.
- No terribilices.
- Haz cosas que te gusten y te pongan de buen humor.
Pero de nada servirán si antes no tomas la decisión de ser feliz, de nada servirán si no te dices a ti mismo: "No me gusta lo que ha pasado, y me hace sentir mal, pero voy a dejar de sentirme mal porque quiero estar bien".
Sentir tristeza, miedo o ira ante cualquier problema o adversidad,
es una respuesta innata.
Mantenerte en ese estado o transformarlo es una decisión consciente,
que tomas tú. Por tanto de ti depende.
me encanta lo que escribes y como lo redactas pero me parece imposible de conseguir.
ResponderEliminarClaro, ser feliz es imposible. La expresión "ser feliz" para mí implica: conseguir estar bien siempre. ¿Y si nos olvidamos del "siempre"? ¿Y si dejamos de culparnos o de "miserabilizarnos" por sentirnos mal, y simplemente aspiramos a estar bien, a sentirnos bien? No creo que sea imposible...
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