Ha empezado la primavera y, como dice el dicho, ¡la primavera la sangre altera!
Así que, a hablar de sexo toca. Además, el pasado lunes 20 de marzo fue el Día internacional de la felicidad y, como ya sabéis (espero), la felicidad es un estado interno transitorio, es decir, la felicidad son momentos, momentos y estados propiciados por cosas, personas, situaciones, pensamientos, otros sentimientos y actividades como, por ejemplo, la actividad sexual. Sin embargo, a pesar de su importancia en nuestro bienestar y salud, qué poco hablamos del sexo y de su relación con la felicidad, ¿verdad? Pues hala, lo dicho, ¡a hablar de sexo toca!
Y, en mi caso, hablar de sexo equivale a... hablar de problemas. Sí, ooooh, lo siento, pero es así, son gajes del oficio, un psicólogo es una especie de detector de problemas: qué anda mal, cuáles son las creencias irracionales, los sesgos cognitivos, las conductas disfuncionales o las relaciones insanas que están causando problemas en las personas y, más concretamente, ciñéndonos al tema de este post, ¿qué genera problemas a la hora de conectar con nuestra sexualidad y disfrutar de una actividad tan potenciadora de nuestra felicidad?
Pues, cómo no, las putas presiones sociales. Lo que nos dicen los cánones culturales impuestos sobre lo que debemos ser y que, por supuesto, es diferente para hombres y mujeres, provocando en cada grupo sus propias consecuencias negativas (problemas).
Los hombres se supone que debemos ser unos machos alfas, dominantes, siempre dispuestos para tener sexo y eternos cumplidores y satisfactores. Si no ejecutamos esos roles significa que no somos lo suficiente hombres, que hay un problema en nosotros... Bazofia mental. Las dos disfunciones sexuales más asociadas a este tipo de identificaciones son la disfunción eréctil y la eyaculación precoz, y ambas son consecuencia de una misma problemática: la ansiedad de rendimiento. Al final, esas expectativas irreales sobre cómo un hombre "debe" ser en sus relaciones sexuales, acaban por transformarse en presión: presión por rendir, presión por siempre estar a la altura, presión por ser el mejor amante de la manada... Y cuando estamos bajo presión, no nos relajamos, y en el sexo hay que relajarse.
Las mujeres se supone que deben ser correctas, moderadas, sumisas y complacientes, son un objeto al servicio del placer del hombre, si una mujer disfruta del sexo es una guarra, una puta. Estas ideas machistas y misóginas sobre el rol de la mujer en el sexo (y en la vida), han provocado que la mujer viva su sexualidad con inhibición y con culpa, y las disfunciones sexuales más comunes derivadas de estas creencias negativas e irracionales son el deseo y/o excitación sexual inhibidos, la anorgasmia, la dispareunia (dolor) y el vaginismo (contracción involuntaria de los músculos que rodean la vagina). Estas dos últimas suceden, en el mismo caso que en el hombre, por la presión (estrés) que la mujer padece al, de manera más consciente o inconsciente, sentir que está haciendo algo malo o que no debe disfrutar del sexo.
Y, sí, creo que ya sé lo que muchos estáis pensando: que esto ya no es como digo, que eso era antes, que ahora las cosas han cambiado y la gente se ha vuelto más moderna... Entonces, ¿por qué sigue habiendo tantos problemas sexuales y tanta gente que no disfruta de su sexualidad o tiene dificultades para hacerlo? Se estima que alrededor del 60% de mujeres y el 40% de hombres padecen algún tipo de disfunción sexual, según la Asociación para la Investigación de las Disfunciones Sexuales en Atención Primaria (lee esta noticia). Y claro que los factores biológicos pueden influir en esas disfunciones. Pero también los de personalidad. Y, dentro de los factores de personalidad, están nuestras creencias. Creencias que, a veces, pueden estar soterradas muy adentro de nuestro esquema mental y que provienen del mismo subconsciente colectivo: cultura, cánones, religión, patrones sociales y familiares, expectativas ajenas.
Revisar, pues, cómo nos percibimos, pensamos y sentimos con nuestra sexualidad es importantísimo para superar esas creencias y liberarse de la carga de presiones totalmente impuestas e insanas. El sexo es una actividad de disfrute (o, como yo lo suelo llamar: un juego). Se puede hacer con amor y sin amor y, desde luego, no se tiene por qué hacer con compromiso. Las únicas reglas de este juego es no dañar a la persona con la que se hace ni dañarse a uno mismo. Y es un juego en el que solo tenemos que ser nosotros mismos. Porque no hemos venido al mundo a ser lo que otros nos dicen que seamos, a cumplir con las expectativas de los demás. Hemos venido a amar...
... ¡y a jugar!
Cuestiona todo lo que digo; la duda nos acerca más a la verdad.
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Si te gusté yo, hago terapia en consulta en Málaga y online para el resto del mundo, También tengo un libro titulado La dictadura de la felicidad en el que hablo mucho más de las relaciones humanas.
Y, como siempre, ¡recibe este abrazo!
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