La Resiliencia es la capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas, y ser transformado positivamente por ellas.
Lo que no te mata te hace más fuerte. O más sabio. O más bueno.
Como capacidad que es, es susceptible de ser potenciada y desarrollada, a través del fortalecimiento de otras competencias personales asociadas a un buen nivel de resiliencia:
- Capacidad de aceptación y de resolución. Cuando en lugar de quejarme y ver lo negativo me centro en buscar alternativas y soluciones.
- Autoestima positiva. Una buena valoración de uno mismo. Aceptación de los defectos y confianza en las virtudes.
- Optimismo Inteligente. El optimismo ingenuo es pensar que siempre te irá bien. El optimismo inteligente es de aquél que sabe que le puede ir mal pero confía en que le irá bien.
- Inteligencia Emocional. La capacidad para comprender, expresar y regular nuestras propias emociones y la de los demás. Es muy importante para mantenernos estables emocionalmente en tiempos de tormenta.
- Estilo de afrontamiento activo. Las personas con un buen nivel de resiliencia no evitan, ni echan culpas ni usan actividades compensatorias (p. ej: beber alcohol para olvidar), sino que enfrentan los problemas cara a cara.
- El sentido del humor. Imprescindible. Ayuda a desdramatizar y dejar de ver la adversidad como algo terrible. Quita hierro y por lo tanto, dolor a los traumas.
- Aparte de factores personales, los externos también juegan su papel en el desarrollo de una buena resiliencia: el modelo educativo, los condicionantes económicos y culturales, el apoyo social.
Todos estas competencias y factores son susceptibles de ser transformadas para mejorar nuestro nivel de resiliencia. Pero todo aquello que se puede cambiar, también puede resistirse al cambio.
Las resistencias y bloqueos que nos pueden impedir o dificultar tener un buen nivel de resiliencia son todos los opuestos a las competencias comentadas: negatividad, déficit de autoconfianza, pesimismo, represión o descontrol de emociones, evitación, dramatización, y factores externos adversos. Pero todos tienen un denominador común.
¿Sabes ya cuál es?
EL MIEDO
Porque el miedo puede hacer que:
- Lo vea todo negativo.
- No confíe en mí y en mis fortalezas.
- Piense que todo irá siempre mal.
- Me deje dominar por el miedo.
- Evite aquello que me da miedo.
- Sobrevalore aquello que me da miedo.
Esto es lo que llamamos eustrés o estrés negativo (porque cierta cantidad de estrés -tensión- es positiva para afrontar las situaciones): cuando subestimamos nuestras capacidades y sobrevaloramos la dificultad y gravedad del estímulo, llegando a percibir éste como una amenaza de proporciones bíblicas.
¿Y si hago el ridículo? ¿Y si me despiden? ¿Y si me dejan? Lo pasaré fatal. No seré capaz de superarlo.
Pensar que no serás capaz de superarlo, es el primer escollo para superarlo. Es la resistencia psicológica que te dificultará poner en marcha los mecanismos (aceptación, optimismo, resolución, humor, etc) que te permitirían afrontar la adversidad con resiliencia.
Pensar que no serás capaz de superarlo es la voz del miedo. Es lo que te dice el miedo. Y no se trata de acallarlo, ya que no podemos vivir sin miedo. Porque gracias al miedo sobrevivimos. Pero a veces el miedo excede sus funciones y convierte en amenazas lo que sólo son adversidades que nos permitirán aprender, crecer y mejorar.
No se trata de vivir sin miedo. Se trata de aprender a vivir con miedo. Se trata de darse cuenta de que si el miedo aparece, no es suficiente motivo para dejar de creer en nosotros y magnificar los sucesos negativos de nuestra vida, ya hayan pasado, estén pasando o sólo puedan pasar.
Se trata en definitiva de que cuando el miedo hable, no creer tanto en él como en nuestra maravillosa capacidad para superar la adversidad y salir fortalecidos.
No te fíes tanto de tu miedo, como de tu resiliencia.
Y dominarás tu miedo.
¡Un abrazo resilientes!
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