¡De vuelta al blog, que no escribía aquí desde las vacas de agosto! ¿Me habéis echado de menos? Decidme que sí, porfa, que si no mi autoestima se resiente.
Aunque, la autoestima no debería depender de la aprobación/desaprobación o afecto/desafecto de los demás, que pa eso es "auto". No obstante, ¡espero que me hayas echado de menos! Yo a ti también. Un poquito.
Y, hoy, ya en septiembre, en esta época que tanto me recuerda a la vuelta al cole que tan melancólico me ponía siempre en mi niñez (seguro que no era el único, ¿verdad?), vuelvo para darle una vuelta de tuerca a una idea que me suele rondar siempre en estas fechas y que, cómo no, tiene un impacto significativo en la felicidad-bienestar-plenitud-llámalocomoquieras.
Y es que, cuando hablo de felicidad, con mis pacientes, con los asistentes a mis talleres, o con familiares y amigos (y porque con los vecinos no es plan; me parece un tema demasiado profundo para tratar en un ratito en el ascensor. Os imagináis: "¿Tiene un día feliz usted hoy? Yo estoy ahí, ahí"), coincidimos en una idea, que es: la felicidad permanente y absoluta no existe.
Se es feliz por momentos. Y yo, personalmente, me conformo con ser un 51% de mi vida feliz. De hecho, ¡qué narices!, no me conformo, ¡lo quiero! Si llego a ser un 51% del tiempo feliz, ¡estará de puta madre! Más que de sobra.
Fijaros, uno de los símbolos que más me gustan es el del Ying y el Yang (de hecho, lo tengo tatuado), que expresa la armonía que hay en el mundo (y, por extensión, en nosotros mismos): el bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo malo dentro de lo bueno y lo bueno dentro de los malo. Un fifty-fifty total, empate técnico, prórroga y penaltis. Por eso, con tener la mitad+1, un poquititín más que la mitad, ya iría sobrao de felicidad y me consideraría afortunadísimo.
Más no quiero. Ni hablar. Porque si soy más feliz que eso corro el riesgo de habituarme, de empacharme de felicidad, y paradójicamente, tener más felicidad pero no enterarme. Quita, quita.
Ahora bien... si el 49% del tiempo que no sea feliz, en lugar de lamentarme y quejarme (me refiero a hacerlo todo el tiempo: un poco de lamentación y queja si que está permitido y a veces sienta muy bien), o en lugar de culparme, o de aferrarme a lo que podría haber sido o debería ser para que ese 49 dejara de ser un 49 y se convirtiera en un 48 o en un 47 y así ir bajando... si en lugar de hacer todo eso todo el tiempo que me ocupa el 49%, me adapto, aceptando, asumiendo las consecuencias, responsabilizándome de mis sentimientos, asimilando el aprendizaje y buscando la alternativas, entonces, quizá, solo entonces, ese 49, aunque no baje al 48, sí se convierta en algo más fácil de llevar.
El final de las vacaciones siempre llega (si no, no serían vacaciones). La cuestión es cómo te vas a tomar el inicio de curso.
Mi curso empieza fuerte:
Cuestiona todo lo que digo; la duda nos acerca más a la verdad.
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Si te gusté yo, hago terapia psicológica en consulta en Málaga y online para el resto del mundo.
¡Y un abrazo!
Hola David podrias hablas de la relación entre frustracion y la impulsividad. O como superar la frustración.
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