Un amigo mío, de talante bastante sarcástico, suele decir: «Hoy la gente ya no quiere ser feliz, se conforma con parecerlo».
La sentencia, a parte de desoladora, tiene también mucho de realista.
Pero hay una explicación a esto y es: la gente realmente no sabe cómo ser
feliz. O cree que lo sabe, pero vive engañada. Engañada por unos entes que
desde la mesa de su despacho, la tribuna de un parlamento o desde dentro de una
pequeña caja cuadrada nos han dicho qué tenemos que hacer para ser felices. Y
les hemos hecho caso, cuando la realidad es que esos entes, o bien no tienen ni
idea de lo que es la felicidad o, simplemente, no les conviene que seamos
felices.
Así que, cegados por sus interesados consejos, nos hemos preparado, y
hemos seguido preparándonos, y hemos hecho lo que nos han dicho y, finalmente,
hemos obtenido nuestra recompensa: ilusión. La apariencia externa de que éramos
felices y podíamos engañar a los demás, de modo que nadie pudiera reprocharnos
lo contrario.
Sólo había una única persona a la que no podíamos engañar: a nosotros
mismos. Así que persistíamos en la mentira, con la falsa esperanza de que si la
agrandábamos lo suficiente, en algún momento se convertiría en verdad. Y así,
nuestra escalada de producción, consumismo y acumulación de riqueza se hacía
cada vez más y más alta, y desde arriba del todo, como campeones escaladores
que llegan a la cima de una montaña, podíamos echar un vistazo y ver que abajo,
al principio del camino, nos habíamos dejado a un compañero. Ese compañero era
uno mismo, y lo que había arriba, tan sólo eran nuestras cosas.
Así que un día, harto ya de escalar, lo dejas, y ni siquiera te empeñas
en buscar una ruta alternativa, te quedan tan pocas fuerzas que sólo optas por
dejarte llevar por la corriente. Es lo que Martin Seligman, psicólogo
positivista, catalogó de indefensión aprendida, tras sus experimentos con
perros encerrados en jaulas. A todos les aplicaba una descarga eléctrica, pero
había algunos que podían evitarla accionando una palanca y otros que no, y
éstos últimos, al final se rendían y no hacían nada por evitar la descarga. Eso
es indefensión aprendida: creer que hagas lo que hagas, no tendrá
consecuencias. Pensar que las cosas, no cambiarán.
Esa conclusión sólo es cierta, fuera de los experimentos de Seligman,
siempre y cuando se cumpla una condición: hacer lo mismo. Si sigues haciendo lo
mismo de siempre ten por seguro que los resultados no serán diferentes. ¿No te
gustan los resultados? Cambia algo.
¿No te gusta tu vida? Cambia de estilo de vida. Quizá uno de los motivos
por los que no te guste tu vida es que no te guste tu trabajo. Tienes dos
opciones: hacer que te guste o cambiar de trabajo. Hay personas cuyo esquema
mental es tan negativo que a cualquier trabajo le ponen pegas; entonces
posiblemente sean ellos los que necesiten cambiar de forma de pensar. Hay otras
que son tan positivas que a trabajos que en principio nadie catalogaría de
agradables, consiguen verle su lado bueno, y apoyarse en él para que las horas
se les pasen más livianas. Pero hay trabajos que, por mucho que quieras verle
el lado bueno…
Son numerosos los estudios que
corroboran que dedicarse a trabajos que “esclavizan” al individuo y en los que
además éste encuentra nula o poca satisfacción, generan un estrés cuyos efectos
son devastadores para el organismo, y que puede derivar en patologías como la
depresión. Pero estos individuos siguen apegados a su trabajo porque es la
fuente de sus ingresos. Porque es lo que nos han dicho que debemos hacer para
ser felices. Desconocen que la felicidad no mana de esa misma fuente, y que no
hay nada tan prioritario como ella.
Hay trabajos para todo el mundo,
pero no todo el mundo vale para un trabajo. No midas el valor de tu trabajo
sólo por el dinero que te reporte. Hoy, más que nunca en tiempos de crisis,
sabemos de sobra el importante valor que tiene lo tangible, pero por eso hoy,
más que nunca, no debemos olvidarnos que son los valores intangibles, como la
satisfacción o la sensación de autorrealización, los que más nos acercan a la
auténtica felicidad. Una felicidad que ni se compra, ni se vende, ni promociona
de un despacho a otro. La felicidad simplemente se busca, y no hay que escalar
montañas para encontrarla, pues se encuentra en el lugar más inesperado de
todos: dentro de uno mismo.
En definitiva, haz aquello que te
guste hacer, gústate de aquello que haces, y te gustará tu vida.
¿O prefieres quedarte encerrado
para siempre dentro de la jaula?
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