
- La ansiedad o miedo activa un mecanismo de lucha o huida ante un peligro, tiene una función protectora por tanto. Gracias a ella nuestros ancestros se ponían a salvo frente a las fieras salvajes con las que convivían. Hoy día además se ha demostrado que niveles medios de ansiedad son eficaces para el rendimiento.
- La ira nos proporciona energía frente a la situaciones que vivimos como injustas o frente a personas que percibimos pretenden despojarnos de algún derecho. Gracias a ellas nos activamos y nos predisponemos a defender nuestra integridad o los valores sociales que aceptamos como válidos.
- La tristeza nos ayuda a asimilar hechos dolorosos, como una pérdida o un fracaso, y a reintegrarlos como experiencias de vida a partir de las cuales podemos aprender y crecer. El dolor necesariamente necesita de esta emoción para ser superado. Además, permite la reflexión de qué es importante para el individuo en su vida.
- La vergüenza... Dicen que la vergüenza no sirva pa´na y estorba pa´to. Pero no es verdad: la vergüenza cumple una función social y su propósito es que seamos aceptados por el grupo. Además está estrechamente ligada a la sensación del ridículo, que evita que nuestros impulsos nos lleven a acometer acciones de las que luego nos arrepintamos.
Si estas emociones son funcionales, y además son innatas ya que todos las tenemos, ¿por qué tanto rechazo a ellas?
Precisamente porque no siempre son funcionales, y hay veces que se vuelven un obstáculo entre nosotros y nuestras metas o expectativas. Como cuando por un exceso de ansiedad me quedo en blanco en el examen, o cuando la ira hace que agreda al otro, o cuando la tristeza se prolonga hasta transformarse en depresión, o cuando la vergüenza no me permite hablar en público.
Por tanto, no se trata de si debo sentir o no sentir esa emoción: se trata de aprender a gestionar la emoción. La clave se encuentra en la Inteligencia Emocional: nuestra capacidad para percibir, comprender, expresar y regular las emociones.
Sin embargo, un obstáculo en ese aprendizaje que todo ser humano se debería proponer, es precisamente, el rechazo a las emociones incómodas. Porque eso es lo que son. Las emociones menos agradables no son malas ni buenas, ya que son naturales y ya que cumplen su función. Simplemente pueden llegar a ser incómodas.
ha convertido lo incómodo en desastroso, terrorífico,
y evitable a toda costa.
No tiene ni debe porqué ser así. No es sano evitar a las emociones incómodas, ya que nos perdemos su función, nos despojamos de su valía. Podemos aprender a convivir con ellas.

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