jueves, 27 de mayo de 2021

TIENES QUE ESTAR MAL

¿Quién no se lo ha dicho alguna vez? Quizá usando otra expresión. Una vocecita
en la cabeza: "Tienes que estar mal".


Si hay algún problema importante en tu vida y no hallas la solución, si tienes alguna carencia, si la amenaza de una posible adversidad o pérdida se vislumbra en el horizonte... ¿Cómo vas a estar tranquilo? Tienes que que preocuparte. Tienes que estar mal.


Si perdiste a un ser querido, si acabó tu relación, si no conseguiste aquello que deseabas... ¿Cómo vas a estar alegre? Tienes que estar mal.


Si te vas conociendo mejor y descubriendo debilidades, miedos, complejos u otras zonas oscuras en ti... ¿Cómo vas a estar bien contigo mismo? Eso sería conformarse. Tienes que estar mal.


Y es que, qué diferente es el acto de permitirse estar mal al de decirse "tienes que estar mal". Cuando me ha pasado algo malo (o que valoro como malo), todo el derecho del mundo a sentirme triste, preocupado o enfadado. Cuando me ha pasado algo malo y me siguen sucediendo cosas  que, ahora, podría valorar como buenas... No me permito estar bien. No. Tienes que estar mal.


Porque nuestra mente controladora y perfeccionista no puede permitirse que haya problemas, decepciones, fracasos o que no seamos lo que se supone que deberíamos ser. Y, mientras todo eso pase, ¿cómo vas a relajarte, como vas a estar contento, cómo vas a aceptar ser quien realmente eres?


Y, entonces, nos enfocamos en lo malo, en lo que tendría que ser pero no es y por lo tanto es malo, y si es malo, aunque haya cosas buenas, cómo me voy a permitir estar bien.


Y donde ponemos la atención, ahí está nuestra vida. Pero, por muy grave que sea el problema, por muy dura que sea la pérdida, por muy importante que sea tu debilidad... no creo que esa sea toda tu vida. Por tanto, no pongas toda tu atención ahí.


Cuanto más ando este camino llamado vida más me doy cuenta de lo crucial que es saber mantener el equilibrio para seguir avanzando. Por eso, es necesario permitirse estar mal... y también estar bien.


No se trata de rechazar el dolor. Se trata de darle su espacio. Pero no dejar de dárselo a la dicha, a la gratitud, al humor, al amor, a la paz.


No se trata de que todo nos vaya bien. Se trata de aceptar lo malo y que eso no me impida seguir produciendo momentos de felicidad.


No se trata del "tienes que". Menos "tengo que" y más "me permito". Me doy. Me regalo.


Como este regalo que hoy yo, en forma de post, te regalo a ti y me regalo a mí mismo.


Cuestiona todo lo que digo; la duda nos acerca más a la verdad.


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Si te gusté yo, hago terapia psicológica en consulta en Málaga y online para el resto del mundo.


Y, recibe como siempre, ¡un abrazo!

martes, 11 de mayo de 2021

MANEJAR LA RESPUESTA DE ESTRÉS

La respuesta de estrés es una reacción psicofisiológica ante los estímulos del
ambiente. 


Hasta aquí todo normal. Pero, ¿cuándo se dispara esa respuesta? Porque el ambiente posee muchos estímulos, ¿todos son estresantes? No, aunque sí todos son susceptibles de provocar una respuesta de estrés. Si valoramos el estímulo (la tarea, la interacción, la demanda) como muy difícil, a nosotros como muy pequeños frente a él, y sobrevaloramos las consecuencias negativas de no hacer bien el estímulo, es normal que se dispare esa respuesta, ¿no? 


Imagínate a alguien que ha de, simplemente, interactuar con otra persona. Y se dice: "Hablar con otras personas es muy difícil, yo no soy nada bueno para eso, ¡y encima si lo hago mal seguro que todo el mundo va a pensar fatal de mí!" Confianza a tope, ¡yupi! Pues, añadamos algo más a todo eso: la valoración que hago de mi propia respuesta de estrés. "Qué nervioso estoy, no debería sentirme así... ¡es insoportable!" Resultado: miedo no... ¡pánico!


Por tanto, para manejar nuestra respuesta de estrés:


- Démosle al estímulo la dificultad que realmente tiene. Hagamos un análisis y juicio realistas. ¿Dónde están las dificultades, qué puedo hacer para tratar de superarlas? Pongámonos metas que sean alcanzables. Pidamos ayuda si la necesitamos. Renunciemos a cosas, no podemos con todo.


- Confiemos en nosotros mismos. ¿Nos conocemos, sabemos cuáles son nuestras capacidades y potencialidades, creemos en ellas? Enfrentémonos a los retos para, a través de la evidencia, demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces.


- Relativicemos las consecuencias negativas de hacerlo mal. ¿Tan trágico es? El fallo, el fracaso, el rechazo, el ridículo... ¿los estamos demonizando? ¿Nos dice todo eso que somos inferiores... o solo que somos humanos?


- Permitámonos sentir emociones difíciles como el estrés, la ansiedad, la vergüenza... No tratemos de suprimir el miedo; aceptémoslo, integrémoslo en nuestra vida y, simplemente, acompañémoslo con respiración y autoverbalizaciones que sean positivas, relajantes y amables (mantras).


Por ejemplo:


- "Puedo hacerlo mal y no soy menos válido por ello. Y puedo estar nervioso y no significa que no sea capaz de hacerlo bien".


- "No he de poder llevarlo siempre todo para delante".


- "Ninguna garantía; todas las posibilidades".


- "Si va bien, bien; y si no, algo aprenderé".


- "No sé si lo haré; pero sí sé que puedo hacerlo".


- "Valiente no es el que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo" (Nelson Mandela).


- "Hazlo. Y si te da miedo, hazlo con miedo".


Y esta que está inspirada en unas palabras de Brené Brown en su conferencia TED sobre la vergüenza (puedes verla en Youtube... imprescindible): "No queremos que seas perfecto. Solo que entres en el ruedo y te atrevas a hacer tu pequeña gran osadía".


Cuestiona todo lo que digo; la duda nos acerca más a la verdad.


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miércoles, 5 de mayo de 2021

NO TRATES DE IMPRESIONAR A NADIE

Este pasado domingo 2 de mayo estrenamos en La Cochera Cabaret de Málaga el espectáculo "Mis idas de olla. Un psicólogo al borde de una crisis existencial", una obra escénica que fusiona las charlas de bienestar psicoemocional con el teatro, el stand up comedy (monólogos) y otras disciplinas artísticas. Está escrita y dirigida por mí y también participaba en ella, lo que supuso una salida tremenda de mi zona de confort. No soy actor ni cómico ni tampoco conferenciante (al menos hasta ese momento), así que como era la primera vez, como no eran mis tablas... ¡estaba cagado!


Por eso, el día anterior a la representación, me puse la película Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia), un film de Alejandro González Iñárritu, protagonizado por Michael Keaton, que narra la odisea de un actor de cine comercial, ahora en declive, para producir una obra de teatro. Pero, más allá del argumento, el tema de la película, claramente, es: la necesidad de reconocimiento por parte de nuestro ego.


El personaje de Keaton se juega su patrimonio y la salud, literalmente, por sacar su obra adelante. Está tan obsesionado con hacerlo que incluso deteriora su relación con las personas que más quiere. Y, ¿por qué? Porque ansía abandonar esa imagen de actor popular (pero mediocre) que la gente se ha hecho de él y desea, no, necesita, urgentemente, ser valorado como un actor serio, prestigioso... Trascendente.


Trascendente. En la película se habla sobre la supuesta trascendencia del ser humano. En una escena de la misma, la hija de Keaton, interpretada por una magistral Emma Stone, le explica a su padre un ejercicio que le enseñaron a hacer durante su estancia en un centro de desintoxicación: se trata de coger un rollo de papel higiénico e ir dibujando en sus tiras, rayita a rayita, todos los millones de miles de años de La Tierra (6 mil millones de años). Cada rayita representa solo mil años. Por lo que hay que dibujar muchas rayitas. Al final del ejercicio, se corta la parte del papel que representa el tiempo que el ser humano lleva habitando La Tierra (150 mil años). Es una parte muy pequeña del todo. Al final de la conversación con su padre, ella le dice: "Con esto tratan de recordarnos el valor de nuestro ego y narcisismo".


Así de pequeños somos. No somos trascendentes. No somos relevantes. No somos importantes. Y, sin embargo, nuestro ego, el ser que habita en nuestra mente (la imagen de nosotros mismos con la que nos identificamos), al hacernos creer que sí, que lo somos, todos nuestros actos, todas las impresiones que causemos en los demás, todos nuestros problemas, traumas, complejos o carencias, también nos los hace ver como algo trascendente.


Por tanto, debo hacerlo todo bien (o muy bien... o perfecto) siempre, para causar una buena impresión en los demás y obtener reconocimiento y evitar el trauma del ridículo o del fracaso... ¡porque todo eso es muy importante!


- Hacer una obra y que salga genial y que a todo el mundo le guste.


- Hablar en público y que tu exposición salga perfecta.


- Acudir a un evento social y ser popular.


- Entregar todas la tareas a tiempo para obtener el aprecio de tus jefes.


- Ser la persona que socialmente se supone que debes ser.


El problema del reconocimiento, en realidad, no es que lo deseemos. Porque, al fin y al cabo, como animales sociales que somos, nos gusta ser reconocidos y no podemos erradicar ese anhelo de nuestro esquema mental. Simplemente está. No queda otra que aceptarlo. Pero, el problema sí es confundir reconocimiento con amor. Porque el amor es una necesidad. Necesitamos amor desde que somos bebés para poder sobrevivir. Sentimientos de conexión y pertenencia (aunque no sea a otras personas... a los animales, a la naturaleza, a la vida). Pero no necesitamos reconocimiento.


La sensación de necesidad nos lleva a sobrevalorar el impacto tanto positivo como negativo del objeto que creemos que necesitamos. Entonces, ¡es maravilloso ser reconocido! ¡Y es horrible no serlo! Pues, chico, chica, el mundo va a seguir girando igual por mucho merecimiento o desmerecimiento que obtengas.


Y, creo, no es tan malo saberse tan pequeño en este vasto mundo, porque así, mi supuesta necesidad de reconocimiento también lo será, e igual mis fallos, y mis defectos, y mis carencias... Y porque no necesitamos ser trascendentes para amar y ser amados (o sentirnos conectados a algo).


El amor y el reconocimiento no son lo mismo. No los confundas. Jamás. Así que ama, pues esta es la única manera de obtener amor, amar. Y no trates de impresionar a nadie.


No trates de impresionar a nadie.


No trates de impresionar a nadie.


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Y, ¡ah!, por cierto, al final la representación fue muy bien. Llenamos La Cochera y el público nos devolvió un poco de su reconocimiento (que está muy bien y nos puso muy contentos) y mucho amor. Amor de ida y de vuelta. ¡Gracias, un abrazo!