martes, 11 de octubre de 2022

¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO QUERERNOS?

Todos sabemos, a estas alturas, la importancia que para nuestro bienestar tiene una autoestima positiva. Los libros de autoayuda, las conferencias de motivación, la gente, en general, nos dice, "Has de quererte más". Pero, tan fácil decirlo como difícil hacerlo. 


¿Por qué? ¿Por qué nos cuesta tanto querernos? No debería representar un problema. Salvo casos, solemos querer a los hijos, a los padres, a la pareja, a los amigos... ¿Por qué solemos ser más duros con nosotros mismos que con los demás?


¿No tendrá algo que ver la sociedad en la que vivimos y la cultura en la que nos desarrollamos como personas? Desde muy pequeños se nos enseña a competir, a aprobar exámenes para ser aptos, a hacer las cosas siempre del modo correcto (o como nos dicen que es el correcto). Y, en realidad, todo eso no está mal. El mundo es competitivo, exigente y tiene normas, por tanto, necesitamos desarrollar habilidades, aprender a esforzarnos y a respetar.


El problema es cuando se le da una excesiva importancia al rendimiento y se hace sin contar con la compasión hacia uno mismo. Es entonces cuando se genera una especie de sentimiento de insuficiencia. No soy lo suficiente. Siempre tengo que demostrar que valgo más y más. Pero como nunca soy suficiente, al final no llego a quererme, porque siempre habrá algo que se pueda hacer mejor que todavía no lo estoy haciendo y, por ello, no puedo estar contento ni en paz conmigo mismo.


Asociamos pues, el estar satisfecho con uno mismo a hacer las cosas bien, del modo correcto, obteniendo resultados positivos. Para yo sentirme bien, primero tengo que hacer las cosas bien. Y nos exigimos hacerlas bien todo el tiempo, sin margen para el fallo, pues cuando me equivoco, ahí vienen las culpas y los automachaques.


Y nos dañamos, ya lo creo que nos dañamos. Dejamos de darnos el autocuidado que nos merecemos porque priorizamos el rendimiento o el qué dirán a nuestra propia salud emocional. No nos damos cuenta de que con tanto nivel de autoexigencia y falta de autocompasión, al final, nuestra autoestima se resquebraja. Y todo por ir detrás de lo que deberíamos ser, en lugar de aceptar quienes somos ya.


La aceptación, el grado de suficiencia, no nos tiene por qué sumir en la autocomplacencia. No se trata de no hacer nada por cambiar. Todos podemos cambiar, pero el cambio nace, precisamente, de la aceptación. La negación bloquea, mientras que la aceptación facilita el cambio. No se trata de decirse a uno mismo, "yo ya soy suficiente tal como soy y no necesito cambiar". Se trata de sentirse lo suficientemente bueno como para amarse. No necesitas ser más de lo que eres ya para amarte.


Luego, podrás aprender, crecer, hacer las cosas mejor y a veces peor. El autoamor incondicional consiste en, independientemente de cómo me salga lo que haga, no dejo de quererme, porque ya no ligo mi autoestima a mi rendimiento, ya no me quiero en función de lo que consiga, sino que me quiero y punto. Y, como me quiero, intentaré hacer lo que haga lo mejor posible, porque me quiero.


Y, créeme, cuando dejamos de asociar rendimiento a autoestima, las cosas podrán salirnos a veces bien y otras mal, ya que eso depende de muchos factores. Sin embargo, por dentro, todo nos irá mejor. Y nuestra salud lo notará.


No hace mucho un amigo me dijo que amar es comprender al otro. Pues, amarnos, a nosotros mismos, es comprendernos, aceptar que somos seres imperfectos con multitud de defectos, carencias y limitaciones, y también con muchas bondades. Conócete, compréndete y acéptate, y te acabarás amando.


Cuestiona lo que digo, la duda nos acerca más a la verdad.


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Y, con amor incondicional, ¡recibe este abrazo!

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