martes, 10 de diciembre de 2013

LA INDEFENSIÓN APRENDIDA DE LA FELICIDAD


      Un amigo mío, de talante bastante sarcástico, suele decir: «Hoy la gente ya no quiere ser feliz, se conforma con parecerlo».

La sentencia, a parte de desoladora, tiene también mucho de realista. Pero hay una explicación a esto y es: la gente realmente no sabe cómo ser feliz. O cree que lo sabe, pero vive engañada. Engañada por unos entes que desde la mesa de su despacho, la tribuna de un parlamento o desde dentro de una pequeña caja cuadrada nos han dicho qué tenemos que hacer para ser felices. Y les hemos hecho caso, cuando la realidad es que esos entes, o bien no tienen ni idea de lo que es la felicidad o, simplemente, no les conviene que seamos felices.

Así que, cegados por sus interesados consejos, nos hemos preparado, y hemos seguido preparándonos, y hemos hecho lo que nos han dicho y, finalmente, hemos obtenido nuestra recompensa: ilusión. La apariencia externa de que éramos felices y podíamos engañar a los demás, de modo que nadie pudiera reprocharnos lo contrario.

Sólo había una única persona a la que no podíamos engañar: a nosotros mismos. Así que persistíamos en la mentira, con la falsa esperanza de que si la agrandábamos lo suficiente, en algún momento se convertiría en verdad. Y así, nuestra escalada de producción, consumismo y acumulación de riqueza se hacía cada vez más y más alta, y desde arriba del todo, como campeones escaladores que llegan a la cima de una montaña, podíamos echar un vistazo y ver que abajo, al principio del camino, nos habíamos dejado a un compañero. Ese compañero era uno mismo, y lo que había arriba, tan sólo eran nuestras cosas. 

Así que un día, harto ya de escalar, lo dejas, y ni siquiera te empeñas en buscar una ruta alternativa, te quedan tan pocas fuerzas que sólo optas por dejarte llevar por la corriente. Es lo que Martin Seligman, psicólogo positivista, catalogó de indefensión aprendida, tras sus experimentos con perros encerrados en jaulas. A todos les aplicaba una descarga eléctrica, pero había algunos que podían evitarla accionando una palanca y otros que no, y éstos últimos, al final se rendían y no hacían nada por evitar la descarga. Eso es indefensión aprendida: creer que hagas lo que hagas, no tendrá consecuencias. Pensar que las cosas, no cambiarán.

Esa conclusión sólo es cierta, fuera de los experimentos de Seligman, siempre y cuando se cumpla una condición: hacer lo mismo. Si sigues haciendo lo mismo de siempre ten por seguro que los resultados no serán diferentes. ¿No te gustan los resultados? Cambia algo.

¿No te gusta tu vida? Cambia de estilo de vida. Quizá uno de los motivos por los que no te guste tu vida es que no te guste tu trabajo. Tienes dos opciones: hacer que te guste o cambiar de trabajo. Hay personas cuyo esquema mental es tan negativo que a cualquier trabajo le ponen pegas; entonces posiblemente sean ellos los que necesiten cambiar de forma de pensar. Hay otras que son tan positivas que a trabajos que en principio nadie catalogaría de agradables, consiguen verle su lado bueno, y apoyarse en él para que las horas se les pasen más livianas. Pero hay trabajos que, por mucho que quieras verle el lado bueno…

Son numerosos los estudios que corroboran que dedicarse a trabajos que “esclavizan” al individuo y en los que además éste encuentra nula o poca satisfacción, generan un estrés cuyos efectos son devastadores para el organismo, y que puede derivar en patologías como la depresión. Pero estos individuos siguen apegados a su trabajo porque es la fuente de sus ingresos. Porque es lo que nos han dicho que debemos hacer para ser felices. Desconocen que la felicidad no mana de esa misma fuente, y que no hay nada tan prioritario como ella.

Hay trabajos para todo el mundo, pero no todo el mundo vale para un trabajo. No midas el valor de tu trabajo sólo por el dinero que te reporte. Hoy, más que nunca en tiempos de crisis, sabemos de sobra el importante valor que tiene lo tangible, pero por eso hoy, más que nunca, no debemos olvidarnos que son los valores intangibles, como la satisfacción o la sensación de autorrealización, los que más nos acercan a la auténtica felicidad. Una felicidad que ni se compra, ni se vende, ni promociona de un despacho a otro. La felicidad simplemente se busca, y no hay que escalar montañas para encontrarla, pues se encuentra en el lugar más inesperado de todos: dentro de uno mismo.

En definitiva, haz aquello que te guste hacer, gústate de aquello que haces, y te gustará tu vida.

¿O prefieres quedarte encerrado para siempre dentro de la jaula? 

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