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jueves, 10 de marzo de 2016

SUPERAR EL MIEDO AL FRACASO


 Hace poco invitaba a una paciente a convertirse en un Guerrero del Espacio.

Ya puedo imaginar que estás pensando: "Mira qué paradoja, un psicólogo que... ¡definitivamente ha perdido la cabeza!".

Déjame explicarme (para convencerte de que no estoy loco): ¿os acordáis de Bola de Dragón, la serie de dibujos que comenzó a emitirse en España a finales de los 80´s y que tenía como protagonista a Son Goku?

En dicha serie había unos personajes que eran los Guerreros del Espacio, seres de otro planeta que tenían una extraña virtud: cada vez que se enfrentaban a un enemigo y perdían, llevándose una soberana paliza, se hacían más fuertes, de manera que en el siguiente combate contra el mismo enemigo aumentaban las probabilidades de vencerle.

Me gusta usar esta metáfora para señalar que el fracaso no es tan malo como nos lo pintan. Tenemos una cultura del fracaso horrible, y claro, tememos al fracaso, nos inspira un miedo atroz, de manera tal que en ocasiones evitamos afrontar retos por ese pánico injustificado a fracasar. Sin embargo, a nosotros los humanos, al igual que a los Guerreros del Espacio:

Lo que no nos mata nos hace más fuertes.
O más sabios, o más buenos.
En definitiva: más virtuosos.

Si cambianos nuestra cultura personal (lo que llevará algún día a cambiar la cultura colectiva), es decir, nuestra interpretación y valoración del fracaso, y pasamos de percibirlo como algo horrible de lo que hay que huir a toda costa, a verlo como un paso necesario e ineludible hacia el éxito, con más facilidad saldremos de nuestra zona de confort para afrontar nuevos retos.

Siempre pongo también este ejemplo en relación al fracaso: en EEUU, hay una pregunta que se ha convertido en imprescindible en cualquier proceso de selección: "¿tienes algún fracaso personal que puedas contarme?". Y si no lo cuentan malo. Porque las empresas quieren candidatos que hayan fracasado, porque saben que eso curte a la persona. Quien no ha fracasado... es porque tampoco ha arriesgado mucho.

Qué bonito sería vivir en un mundo en el que un niño se pusiera a hacer un dibujo y si le saliera bien su madre lo celebrara con entusiasmo, y si le saliera mal, la madre con el mismo entusiasmo le dijera: "¡Bravo cariño, valoro mucho tu esfuerzo! ¿Qué te parece si lo vuelves a intentar?" Qué bonito si fuera así en todos los hogares.

Qué bonito un mundo en el que perdiéramos el miedo al fracaso.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

EL ENCUENTRO CON UNO MISMO

Los que me seguís ya sabéis que pienso que la felicidad no es una meta, sino una búsqueda, una búsqueda que nunca termina pero no importa, porque precisamente la felicidad reside en la búsqueda, no en el fin.

Sin embargo, eso no quiere decir que no podamos orientar esa búsqueda hacia algún sitio.

Desde pequeñitos se nos enseñó que debíamos dirigir la búsqueda hacia fuera: pórtate bien y recibirás regalos. Saca buenas notas y tendrás un gran futuro. Trabaja, cásate y ten hijos, y la felicidad vendrá sola.

La felicidad raras veces viene, hay que buscarla con esfuerzo.
Pero... ¡qué paz y satisfacción nos deja ese esfuerzo!

Cuando el esfuerzo va dirigido a uno mismo: a lo que uno quiere, a lo que a uno le llena, a lo que a uno le hace ser mejor persona. 

¿Qué responderías a la siguiente pregunta: prefieres ser rico o ser buena persona? Y cuidado, no estoy diciendo que sea incompatible: recientemente se ha sabido que Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, ha decidido donar el 99% de sus acciones. ¿Qué buscan las personas, ya sean ricas o pobres, con este tipo de actos solidarios? ¿Ayudar sin más, un sitio en el cielo, sentirse realizados...?

Pero... me estoy yendo por las ramas. ¿Respondiste ya a mi anterior pregunta? Piénsatelo bien, si eres rico puedes tener una casa grande, viajar por el mundo, comprar cualquier antojo... Ser buena persona no te garantiza tener todas esas cosas.

Todas esas cosas no te garantizan felicidad.

Abraham Maslow, padre de la Psicología Humanista, propuso una famosa formulación teórica conocida como la Pirámide de Maslow, según la cual existiría una jerarquía de necesidades que irían desde las fisiológicas (descanso, alimentación) y de seguridad (salud, propiedad privada), pasando por las de afiliación (amistad, afecto) y reconocimiento (respeto, éxito) hasta llegar a las de autorrealización.

Es decir: lo que más nos motiva, lo que más nos empuja y al mismo tiempo más nos atrae en el camino de la vida, en esa búsqueda de la felicidad de la que hablaba antes, es precisamente: encontrarnos con nosotros mismos.

Porque eso es la autorrealización: la búsqueda de nuestro mejor yo. Que en ningún caso será un yo perfecto. Pero sí es un yo en proceso de mejora constante. Un yo que aprende y se vuelve más sabio, un yo que cada vez sufre menos por las cosas poco importantes, un yo que descubre cuáles son sus fortalezas ocultas.

Y es que... Toda la vida enseñándonos a buscar afuera lo que resulta que guardamos dentro. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

UNA BONITA INICIATIVA: EMOCIOMUSICAL


Hoy vengo a hablaros de una bonita iniciativa que hemos puesto en marcha Jesús Relinque, profesor de Inglés de la ESO en Málaga, Lourdes Jiménez, cantante, y un servidor: EMOCIOMUSICAL, un taller sobre emociones, música e interculturalidad y multinlingüismo, dirigido a alumnos de la ESO de distinta procedencia.

En el taller, tras una presentación bilingüe de Jesús, doy una charla a los chavales sobre Inteligencia Emocional y la música como herramienta gestora de emociones. A través de la música podemos provocar la catársis emocional, aliviar los niveles de estrés, motivarnos, inspirarnos o incluso insuflarnos de pasión para los momentos más románticos.

Tras la charla damos inicio al ejercicio principal del taller: Lourdes canta canciones en 5 idiomas diferentes (alemán, español, inglés, italiano y portugués) y le preguntamos a los chicos qué emoción han sentido con cada canción. Luego, les explicamos la historia de cada canción y traducimos parte de la letra para que contrasten lo que ellos han sentido y la emoción que trató de transmitir el autor de la canción.

El objetivo del taller es hacer que los chavales empiecen a hablar de sus sentimientos con naturalidad y que sean capaz de reconocer sus emociones.

El reconocimiento emocional (percibir y comprender las emociones) es una de las habilidades de la Inteligencia Emocional. Hoy día, aún se sigue menospreciando en nuestro sistema educativo la importancia que tiene la capacidad de reconocer, expresar y regular nuestras propias emociones y las de los demás.

El concepto de IE (Inteligencia Emocional) se hizo famoso en 1995 a partir de la publicación del libro del psicólogo Daniel Goleman, Inteligencia Emocional, que se convirtió en un best-seller. El éxito de este libro se debió a que Goleman descubrió que la IE puede ser tan buena predictora del éxito como el CI (Coeficiente Intelectual). Por eso empezó a tenerse muy en cuenta tanto en el ámbito educativo como en el laboral.

Sin embargo, 20 años después, en España todavía contamos con un sistema educativo basado casi única y exclusivamene en desarrollar y evaluar la Inteligencia Lógico-Matemática. ¿De qué nos sirve crear alumnos con un alto CI si luego se van a frustar ante un suspenso y no van a saber gestionarlo, de qué le sirve a un alumno hacer todos los deberes que le mandan para casa si luego no aprende a trabajar en equipo?

Las personas con una alta Inteligencia Emocional superan más rápidamente las adversidades porque saben regular sus emociones incómodas, se relacionan mejor con los demás porque puede de hablar con precisión de sus emociones y ponerse en el lugar del otro (empatía), y son capaces de motivarse con mayor facilidad.

Motivación, empatía, resiliencia... Son habilidades que nos conducen al éxito, en cualquier área de la vida.

De ahí la importancia de iniciativas como estás, para que los chavales empiecen a conectar con su mundo interior y a hablar de sentimientos, y descubran  además que hay dos lenguajes universales, más allá de las razas, las fronteras y los idiomas: la música y las emociones.

Por el momento, el lunes estuvimos en el IES Al Baytar de Benalmádena y el recibimiento de los estudiantes fue estupendo. Disfrutaron de la experiencia y, estoy seguro, también aprendieron mucho. Este jueves repetiremos en el IES Cánovas del Castillo, y dentro de dos semanas en IES Salvador Rueda. Esperemos que la iniciativa se difunda y podamos realizar esta actividad en muchos institutos más.

Os dejo con unas fotos del taller del lunes y una última reflexión:

La música no nos hace sentir a todos lo mismo...
Pero todos sentimos a través de la música.










Información añadida (30/10/2015):

Ayer repetimos la actividad en el IES Cánovas del Castillo y los chavales volvieron a responder con mucho entusiasmo. Compartimos sentimientos, momentos musicales, y hasta alguna lágrima. Fue muy... emocionante. ¡Repetiremos pronto y seguiremos con este Tour Emociomusical!

Os dejo con algunas fotos y vídeos del evento de ayer:







lunes, 12 de octubre de 2015

LIBERARSE DEL AUTOBOICOT

Tu peor enemigo puedes ser tú mismo.

A veces porque no nos queremos lo suficiente o llegamos hasta a odiarnos. Hay que trabajar aquí aspectos tan importantes como la autoestima y la autocompasión.

Otras porque incluso deseando lo mejor para nosotros, nos ponemos trampas sin ser conscientes de ello. Hay que trabajar aquí aspectos cognitivos: el cómo interpretamos, valoramos y aprovechamos los sucesos que nos pasan.

Imagine por ejemplo un hombre que sufre un gatillazo (episodio aislado de disfunción eréctil). Es un suceso bastante normal en la población masculina activa sexualmente. Pero si este hombre lo interpreta como un fracaso, lo valora como algo horrible, y se obsesiona por ello, está multiplicando por 1000 las probabilidades de que le vuelva a suceder.

¿Por qué? Muy simple: porque la próxima vez que haga el amor estará más pendiente de si la cosa funciona que de disfrutar, y... ¡para que la cosa funcione tenemos que estar pendientes de disfrutar!

Pues así con todo. En serio, con todo. No sólo nos ocurren gatillazos en la cama: también a la hora de enfrentarnos a un examen, de hacer un trabajo, de practicar un deporte, de hablar en público, de cantar, de bailar, de ligar... Nuestro rendimiento decrece si estamos más pendientes de él que de la tarea en sí.

Nos autoboicoteamos por un exceso de autovigilancia.

Y nos autovigilamos porque:
  1. No conocemos nuestros recursos personales y no confiamos por tanto en nuestras posibilidades.
  2. Nos exigimos demasiado.
  3. Sobrevaloramos el fracaso.
  4. Sobrevaloramos la opinión de los demás.
Conociendo esto, las soluciones son obvias: conócete, cree en ti, y date cuenta de que nadie es perfecto, de que no se puede gustar a todo el mundo y de que cada fracaso es una oportunidad para crecer.

Pero no son las únicas y quiero destacar la importancia de las dos siguientes:
  1. La Atención Plena. Nuestra capacidad para prestar atención al aquí y ahora y no reaccionar ante todos esos pensamientos negativos que a veces pululan por nuestra cabeza reforzando la idea de que tengo que mantener esa autovigilancia.
  2. Déjate llevar. Y cuantas veces habré escuchado: "¡Lo intento, pero no consigo dejarme llevar!" ¿Cómo lo hacemos? Muy fácil: liberándote de las expectativas. Lo que se supone que debo hacer, o lograr o lo que los demás esperan de mí  conlleva una pesada carga que nos impide... dejarnos llevar.
¿Y si no lo hago, y si no lo consigo, y si decepciono a los demás? ¿Será TAN malo? ¿Lo necesito para ser feliz?

Sólo hay una cosa imprescindible para ser feliz: querer ser feliz.

Y sólo hay una cosa que necesitas para querer ser feliz:     ser     tu     mejor     amigo.

Abrazos.

martes, 20 de enero de 2015

LA FUERZA DEL OPTIMISMO

¿Te has preguntado alguna vez por qué somos pesimistas? Y no me vale que me digas: "¡No, yo no lo soy, yo soy muy optimista!" Todos hemos sido pesimistas alguna vez.

¿Quién no se recuerda a sí mismo convencido de la derrota de su equipo, o con unas expectativas bastante pésimas respecto a aquella fiesta a la que asistía casi por obligación, o diciéndose: "Bah, para qué lo voy a intentar, si seguro que no le intereso".

"¡No era pesimismo, era realismo!" Ya... A ver si nos enteramos: real es lo que está pasando ahora, no lo que aún no ha pasado.

Nuestras predicciones pesimistas son un mecanismo de defensa frente al dolor que puede suponer un fracaso o evento negativo, ante la adversidad. Pero son un mecanismo inválido, inútil. Me explico:

Pongamos el ejemplo del aficionado que piensa que su equipo va a perder. "Fo, seguro que perdemos, tenemos mucho lesionados, el otro equipo llega en muy buena racha, los árbitros la tienen tomada con nosotros..." Se lo dice a sus amigos, que están viendo el partido con él, rodeados de cervezas y ricos aperitivos. Pero también se lo dice a él mismo. Es su manera de lanzarle al cerebro el siguiente mensaje: "Si finalmente tu equipo pierde, no debes sufrir, porque ya lo sabías".

El pesimismo pretende prepararnos para la decepción y el dolor al que nos vemos expuestos ante un evento no deseado.

Pero, ¡no sirve! ¿Qué más da que supieras que tu equipo iba a perder? Porque en el fondo, deseabas con todas tus fuerzas que ganase, porque en el fondo mantenías esa ilusión, y cuando finalmente ha perdido, te has sentido muy decepcionado por la derrota. Y por mucho que ocultaras esa ilusión a tus amigos, dentro de ti, el pesimismo no ha podido acabar con ella.

Cuando iniciamos proyectos y nos proponemos unas metas, sin embargo, el optimismo actúa como una fuerza que nos acerca a nuestro objetivos, porque se produce un ajuste entre las expectativas y el esfuerzo. Es decir:

El pesimismo no nos prepara para hacer frente al fracaso, pero el optimismo sí nos prepara para poner los medios hacia el éxito.

Sin dejar nunca de ser unos optimistas no ingenuos, pensar que la suerte me acompañará o que tengo los suficientes recursos personales para afrontar los retos que me proponga, nos dota de fuerza de voluntad, frente al inmovilismo en el que nos sumerge el pensamiento negativo.

Pero... Por mucha confianza que tenga en la victoria de mi equipo, eso es algo que no controlo. O por mucho empeño que ponga, a veces las cosas no salen como uno quería. Pero ante esas situaciones, no nos ayuda en nada pensar: "¿De qué ha servido?, no tendría que haber puesto tanta ilusión, la próxima vez será mejor que me esté quietecito o piense que todo va a salir mal, así no me llevaré una decepción..."

Hay otras maneras mucho más efectivas de superar la adversidad. Pero de eso, hablaré en el siguiente post. ¡Os espero! 

jueves, 20 de noviembre de 2014

LA FACILITACIÓN EMOCIONAL

La Inteligencia Emocional es un concepto ampliamente difundido. En pocas palabras podemos decir de ella que es la capacidad para reconocer, comprender, expresar, regular nuestras propias emociones y la de los demás.

Y también es alcanzar la facilitación emocional.

Creo que todos entendemos, más o menos, en qué consiste reconocer una emoción ("estoy triste"), comprenderla ("estoy triste porque me he peleado y eso me hace sentir mal"), expresarla (a través del llanto, o de la apatía), y regularla ("voy a hacer algo que me ponga de buen humor y me quite esta pena"). Pero cuando hablamos de facilitación emocional... ¿esto qué es lo que es?

En psicología entendemos la facilitación emocional como el proceso en el cual mejoramos nuestro estilo de respuesta ante un estímulo, aumentando las probabilidades de éxito frente a las exigencias del mismo, gracias al estado emocional dominante en ese momento. Es decir:


Facilitación emocional es cuando nuestras emociones nos facilitan conseguir nuestros objetivos.

Pongamos varios ejemplos, casos negativos y positivos:
  • Te enfrentas al temido examen de conducir. Caso negativo: los nervios no te dejan dormir la noche anterior, llegas al examen con miedo y ojeras de Record Guinness, y lo primero que se te pasa por la cabeza es que en cuanto salgas del aparcamiento vas a atropellar a alguien (pensamiento que por cierto, no es que logre calmarte mucho, precisamente). Caso positivo: te tomas una tila (o dos), haces meditación, yoga, respiraciones profundas, e intentas visualizarte haciendo un gran examen, aprobando, y poniéndote tan contenta que acabas dándole un morreo a tu examinador o examinadora. Resultado: llegarás mucho más tranquilo a la prueba y con más confianza en ti mismo (acuérdate de llevarte chicles de menta, por si acaso...)
  • Tienes un trabajo pendiente y no consigues sacar fuerza de voluntad para hacerlo. Caso negativo: pones el foco de atención en el marrón que te ha caído encima, lo bien que te sentirías si estuvieras haciendo otra cosa, lo amargante que es tu vida por tanto, te deprimes, al final no haces nada. Caso positivo: piensas en las consecuencias positivas que tendrá terminar el trabajo (orgullo, satisfacción, una buena nota en tu expediente académico, una alabanza del jefe...). Sin embargo: "pufff, es que todavía veo muy lejos esas consecuencias positivas..." ¡Peligro, peligro, fuerza de voluntad bajando a niveles mínimos! No pasa nada, en ese caso puedes pensar en alguna actividad agradable que vayas a hacer después de la tarea: "Venga, ahora me pongo a trabajar y cuando termine me veo una peli, me pongo a hacer ejercicio o... ¡cojo a mi pareja y le doy un buen achuchón!".
  • No siempre tienen que ser emociones positivas las que nos conducen al éxito. Estás demostrado que niveles medios de ansiedad son los adecuados para obtener un buen rendimiento. Imagínate que en el caso del examen de conducir, llegases tan relajado que prácticamente te sintieras flotando en una nube, ¿qué pasaría? Pues que efectivamente atropellarías a alguien nada más salir del aparcamiento porque... ¡es que ni siquiera tenías los ojos abiertos! Hay trabajos en los que más te vale "estar espabilado", porque como seas demasiado tranquilo, te despiden. O imagina que los futbolistas salieran al campo sin un mínimo de tensión (bueno, eso ya pasa, son aquéllos a los que la gente les grita: "¡hay que sudar más la camiseta!" y a continuación se acuerdan de sus madres).

Pero, importante el matiz: niveles medios de ansiedad. No está demostrado que el estrés, la depresión, ni el mal humor, que son la alargación e intensificación de la ansiedad, la tristeza y la ira, ni tampoco la vergüenza ni la culpa, que llevan hacia aquéllos estados del ánimo, sean facilitadores de nada bueno. Así que si no fuera poco el motivo de "sentirse bien" para salir de estos estados, ahora ya tienes otro:

Conseguir logros que te hagan sentir bien.

jueves, 2 de octubre de 2014

¿SE SABEN AQUÉL QUE ERAN UN PESIMISTA, UN OPTIMISTA Y UN REALISTA...?


El eterno dilema, ¿no? ¿Hay que ser optimista, hay que ser realista? ¿¿¿Pesimista yo???, ¡no, nunca, yo lo que soy es realista!

La verdad es que los seres humanos somos optimistas por naturaleza, por instinto. Si no fuera así, y conociendo las estadísticas, no nos montaríamos en coche, no comeríamos comida rápida, o nunca jugaríamos al Gordo de la lotería. 

Todo lo anterior lo hacemos casi sin pensar. Son decisiones habituales en las que no perdemos mucho tiempo porque si lo hiciéramos, la vida sería muy complicada. ¿Te imaginas haciendo una lista de pros y contras para decidir si vas a ir en bus o andando?

Ante decisiones más importantes entran en juego procesos intelectuales más complejos. Razonamos más y dirigimos nuestro proceso de elección en función de una predisposición más optimista o pesimista que va a estar definida por nuestra experiencia de aprendizaje.

Así, el pesimismo suele ser un mecanismo de defensa aprendido. Si pensamos que hay una alta probabilidad de que las cosas no salgan bien, no me llevaré una decepción tan grande que si hubiera pensado en el éxito absoluto. De eso nos protegemos con el pesimismo: de la decepción. Sin embargo: siempre que hacemos algo, siempre que iniciamos un nuevo proyecto, aunque nuestra mente nos diga "es muy difícil", nuestro instinto, ése que se libra de aprendizajes disfuncionales, mantiene la esperanza en el "lo lograré", porque si no ni siquiera nos hubiéramos puesto en marcha. Así que cuando no lo logramos y nos decimos "lo sabía" para aliviar nuestra decepción, en realidad nuestro corazón sufre lo mismo. Por ello, este pesimismo falsamente protector no sirve tanto para aliviar el dolor de la amarga derrota como sí para predisponernos a ella.

Porque luego están los optimistas que se dejan llevar excesivamente por su instinto, los que suelen ser llamados: optimistas ingenuos. Suelen confiar en el destino, en la buena suerte, y en que el Universo está conjurado para que todo les vaya bien. Y, ¿sabes qué?, a pesar de su inconsciencia, a éstos le suele ir bastante mejor que a los pesimistas. Porque si para el éxito bien son importante el esfuerzo y las aptitudes, la actitud no lo es menos, y el optimismo ingenuo facilita una actitud positiva ante los obstáculos y dificultades, facilita el empeño, la constancia, el coraje, la valentía. Los optimista se arriesgan más. El problema surge cuando esos riesgos, por no haber sido calculados, llevan al fracaso, no se asimila bien ese fracaso porque, ¡¿maldita sea, cómo ha podido suceder si tenía el apoyo del Universo?!, y nos frustramos tanto, tanto, que incluso podemos pasar de optimistas ingenuos a pesimistas obstinados.

"Así que David, la mejor actitud es la del realista". ¿Y qué es ser realista cuando se trata de embarcarse en un proyecto? El futuro es una realidad que no existe pero que nosotros podemos construir, desde el presente. El realista de Ward tenía la precaución de los pesimistas protectores y la esperanza de los optimistas ingenuos. Bien por él. Era un optimista no ingenuo. Se trata, al fin y al cabo, de ajustar las velas:
  1.  No te preocupes, ocúpate.
  2. No vivas en el futuro, no existe. Constrúyelo. Planifica.
  3. Toma riesgos, como harían los optimistas ingenuos, pero que sean riesgos calculados.
  4. Mantén la ilusión. No es ingenuidad, es esperanza, y la esperanza ayuda y acerca al éxito.
  5. Si te llevas una decepción, bienvenido al mundo real, ¡sobrevivirás! Si fracasas, abraza el fracaso, porque el fracaso es aprendizaje, y el aprendizaje crecimiento.
Recuerda que quien nunca fracasó, es porque no se atrevió a tirarse al mar.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

NO SOMOS MÁQUINAS

Como psicólogo, no me es nada raro encontrarme con pacientes con un nivel excesivo de autoexigencia. De hecho pienso que es algo bastante común. 

¿Esclavo del tiempo?
¿Qué podía esperarse sino de una sociedad que nos invita a tener la casa perfecta, el coche más caro, y la familia más sonriente del mundo a la hora del desayuno? ¿Qué podía esperarse de una sistema en el que si no llegas el primero eres un fracasado? ¿Qué podía esperarse de un mercado laboral en el que tienes que sacarte un máster de 6.000 euros y dos años para acceder a un empleo mileurista (con suerte) o un "mercado del amor" en el que si no tienes los abdominales de Cristiano Ronaldo o las caderas de Shakira no eres lo suficientemente apto/a?

Vivimos en un mundo excesivamente exigente. Pero tú no tienes que ser como es el mundo. ¿Sabes por qué? Porque la verdad es que no necesitas la casa perfecta ni los abdominales de Cristiano Ronaldo para ser feliz.

El éxito es una de las cosas que más satisface a los seres humanos pero, la verdad es que cada ser humano es libre para definir qué es el éxito. Para algunos tener éxito es llenar estadios enteros cantando mierda comercial que no es ni de lejos la música que les apetecería hacer. Para otros éxito es cantar una canción desde el alma y emocionar a un público pequeño de un pub de mala muerte.

Es así. Decide tú qué es lo que quieres y pelea por ello, pero no desde la imposición de una sociedad enfermizamente autoexigente, ya que desde la autoexigencia (la excesiva autoexigencia, es decir, el machaque continuo) lo único que consigues es presión, ansiedad, estrés, desmoralización... Si quieres iniciar un proyecto, ya sea personal o profesional, busca dentro de tí que es lo que te gusta, y hazlo. Actúa desde la motivación y desde el deseo, no desde la imposición y la autoexigencia.

Sin embargo... Éste es un mensaje que desde años atrás ya va siendo muy repetido por muchos gurús del éxito y del crecimiento personal: "Encuentra aquello que te gusta, que te motive, tu sueño, y hazlo realidad, a base de esfuerzo, de trabajo, de tesón, y de más trabajo..." Estos mensajes son muy estresantes, presionantes... excesivamente exigentes. Parece que escuchando a estos gurús hay que dejar de comer y de dormir y de tener amigos y relaciones sexuales. Parece que hay que... ¿¿¿Hay que dejar de ser feliz para ser feliz???

Si tienes un sueño, una meta, un proyecto o un objetivo vital, pelea por él como si fueras un boxeador dispuesto a dejarse los piños en la lona. Pero hasta los boxeadores descansan cada dos minutos que dura cada round. Y también comen, y duermen, y hasta follan (el que pueda, o al que le dejen). 

Tan importante como ir detrás de lo que quieres, es saber parar. Y ya sé lo que estáis pensando: "Claro, es lógico, si vas a hacer un esfuerzo físico y/o mental para alcanzar una meta, es necesario alternar periodos de esfuerzo con periodos de descanso, porque si no llegaría un momento en el que estarías agotado y no rendirías".

Pues sí. No somos máquinas. Y necesitamos descansar para recuperar energía y obtener un rendimiento alto cuando volvamos al trabajo. Sí, pero no sólo eso.

Además de descanso, necesitamos OCIO. Ni se te pase por la cabeza la idea de "no puedo divertirme porque es un modo de perder el tiempo y ahora tengo que ocupar el tiempo en lo estrictamente necesario, que es el trabajo para conseguir mi meta. Si no soy un vago. Si no soy un inútil. Si no soy un perdedor".

¿Perdedor? Perdedor es perderse las cosas y las personas que te hacen feliz: tu familia, tus amigos, tus hobbies, tus pequeños placeres... Pensar lo contrario es autoexigencia excesiva, es automachaque, es una gilipollez. Pero no sólo porque te estarías perdiendo lo que te hace feliz, sino porque además es una manera de empeorar tu rendimiento.

Las máquinas no tienen emociones. Las personas sí. Sigue haciendo aquello que te pone contento, porque sencillamente, si estás contento, rendirás mejor.

Si estás contento, estarás más cerca de tu sueño, estará más cerca de la felicidad.